Escribo esto sintiendo que armo un barquito de papel desde una isla semidesierta; sin embargo, eso contrasta con las estadísticas. Conozco a pocas personas bisexuales, pero según datos del INEGI de 2021 existen, por lo menos en este país, 2.3 millones de personas con esta orientación.
La mayor parte de mis reflexiones sobre el tema vienen de las redes sociales, donde algunas personas comparten experiencias y pensamientos significativos para comprender este proceso. Me animo a compartir esto pensando en otras personas que puedan sentirse igual, esperando que mis palabras les inviten a pensar en otras posibilidades; o que me inviten a mí a pensar y recorrer otros caminos.
Siento y pienso que identificarse como bisexual es asumir un sitio de ambigüedad en torno a las atracciones sexuales y afectivas. Pero no creo que esa ambigüedad deba relacionarse necesariamente con la confusión, cuya fiel compañera suele ser la ansiedad por lo incierto. Todo lo contrario, abrazar esa ambigüedad representa para mí una aceptación de nuestras posibilidades y deseos.
Ser disidente de la heteronorma significa, en breve, cuestionar los mandatos de género que nos bombardean por medio de canciones, películas, telenovelas, etcétera, con imaginarios que construyen o refuerzan la heterosexualidad como lo normal en nuestra sociedad. Para quienes aún no les queda claro cómo continúa la discriminación hacia las personas que se identifican con -o entre- las siglas LGBTTIQ, basta solo pensar en la forma en la que son interrogadas para saber “quién es el hombre y quién la mujer” en sus relaciones, tratando así de asimilarla desde un pensamiento binario; o cómo y cuáles son sus prácticas sexuales; entre otros cuestionamientos que aluden a la construcción de su identidad sexual, como cuándo se dieron cuenta de ello o sobre si parece o no que son lo que dicen ser.
Sin olvidar que se comenta la bisexualidad como una fase previa a ser lesbiana o gay. Además, claro, de asumir una promiscuidad en quienes se identifican como bisexuales y exigir que “se decidan”. A todo esto me refiero con la dificultad de estar en el sitio ambiguo para el pensamiento heteronormado.
Hace años decía ser heterosexual “hasta el momento”, por no tener ninguna experiencia de intercambio sexual con alguna mujer. Ahora comprendo, gracias a un comentario de Cynthia Híjar, que tener un crush o pareja en turno no me vuelve automáticamente heterosexual o lesbiana, mi orientación sigue siendo la misma: bisexual. Es una manera de comprender que yo no me defino a partir de alguien más, sino que esta identificación reside en mí y en mis intereses relacionales.
Es difícil ver esto con una perspectiva clara, ya que el estado intermedio que representa la bisexualidad es difícilmente aceptado. Algunxs dicen que no existimos, que somos promiscuxs, que somos “tapadxs”, que no sabemos lo que queremos, que solo curioseamos. O incluso los imperativos que nos demandan “decidirnos”. Ninguno de estos comentarios ayuda para comprender nuestra sexualidad y vivirla partiendo del disfrute, el reconocimiento, la validación y la celebración.
En los últimos años he pensado en esta imperiosa necesidad de encasillar nuestra sexualidad, una categoría identitaria más que puede resultar reconfortante para sentirnos acompañadxs en nuestras disruptivas con el mundo. Sin embargo, a veces enunciarla funciona como un yugo de condiciones y expectativas por cumplir, sobre todo acerca de cómo deberíamos vernos o qué rol cumplimos en una relación sexo afectiva. Sobre esto último tenemos que estar alertas, ya que los discursos pueden caer en normatividades disfrazadas: reproducir el pensamiento binario colmado de estereotipos de lo que corresponde con lo femenino y lo masculino.
Entonces, reconocerme como bisexual en este momento me ha dado más claridad sobre mí misma y todas las que soy. La sexualidad y el género pueden ser flujo, algo que viene y va, como un oleaje impulsado por deseos que quizás no alcanzamos a identificar por las posibilidades de nuestro contexto, pero que existen, se sienten y son válidas.
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