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El amor puede ser comestible

Foto del escritor: Astrid G. BojórquezAstrid G. Bojórquez


Imágenes, test, explicaciones y más sobre los diferentes lenguajes del amor abundan últimamente en redes sociales. Como buena curiosa me cuestioné un poco sobre las formas en las que demuestro cariño a quienes amo y me di cuenta de que los actos de servicio y el tiempo de calidad es lo que prefiero. No soy una persona tan física y los regalos tampoco son de mi interés. Muy cercano a eso fueron los resultados de un cuestionario rápido que realicé por internet. No estaba tan errada en mi reflexión.


Eso mismo me llevó a pensar en las mujeres de mi familia, en cómo mi mamá y mis tías, de alguna manera, se demuestran amor aunque se visiten poco. Provengo de un apellido con once familiares directos de los cuales seis son mujeres. Actualmente de ellas sobreviven cinco. De todas he aprendido un poco (o un mucho), porque en su diversidad siguen siendo Bojórquez.


En primer lugar, están ahí las unas para las otras en los momentos más difíciles. El último acontecimiento fuerte en nuestra familia fue el fallecimiento del esposo de mi tía Aure, que significó un duro golpe para todas ya que él mismo veía a sus cuñadas como hermanas y a mí como su hija mayor. Las Bojórquez buscaron la manera de apoyar a su hermana, ya fuera con su presencia, su apoyo físico en casa o las diligencias sobre una muerte, ya fuera con dinero, porque (yo no lo sabía), pero morirse es costoso.


Lejos de las tragedias donde es posible ver quién está verdaderamente a tu lado, la segunda forma en la que se demuestran amor las mujeres de mi familia (y mi favorita) es con la comida. Se llaman entre ellas para que pasen por guisos, pan o postres que prepararon con sus propias manos. Desde que me toca preparar la comida para mi pequeña familia, me di cuenta que cocinar es un acto de amor y cuidado: elegir los alimentos, tomarse el tiempo y la dedicación para prepararlos, servirlos con una presentación apetecible para finalmente devorarlos en solo veinte minutos después de pasar más de una hora en el proceso.


Siempre que visito a alguna de mis tías o mi mamá vuelvo cargada de algo delicioso: unos frijolitos bien ricos para que no tardes tanto en la cocina, mija, unas tortillas recién hechas para que acompañes los frijolitos que te dio tu mamá, o también algún postre maravilloso de las sagradas manos de mi tía Aure, a quién siempre le he dicho que pongamos una repostería por internet para desbancar con facilidad las cadenas locales comerciales que nada tienen que hacer con el sabor y la calidad con la que ella prepara pasteles, galletas y roles.


Para pruebas de su épico sabor, lxs asistentes a mi boda aún recuerdan con amor las galletitas que mi tía hizo para cada mesa, aunque han pasado años ya del evento. Nunca se los he dicho, pero sé bien que en cada galleta había una pizca del cariño que me tiene y que por eso mismo no podría poner a la venta sus postres. Ese amor y dedicación lo reserva para la familia.


Así también sucede cuando alguien se muda. Mi prima Aby se fue a estudiar su posgrado a otro estado y cada vez que viene de visita su maleta se marcha llena de tamales hogareños, tortillas, queso y machaca de su tierra. Quien vaya a visitarla también le dedica un espacio es su maleta para coyotas y otros alimentos inaccesibles en el centro del país. Todo para que no extrañe Sonora, para que cada vez que dé una mordida a algún alimento delicioso recuerde a su familia.


Hace unos días me sorprendí pensando justo como ellas. Uno de los conserjes del lugar donde trabajo me vendió una bolsa de verduras orgánicas de su cosecha personal. ¡Aquello tenía un verdor y olor que nunca había percibido en el supermercado! Rápido pensé en las mujeres que me criaron y de cuyas particularidades hoy me conformo. Le pedí otros paquetes para regalar, pero como todo lo que es especial es limitado, ya no tenía más y sólo pude repartir algunas verduras con mi mamá y mi suegra.


Espero pronto conseguirles una bolsa de vegetales frescos a cada una de mis tías para que las disfruten tanto como yo. También debo señalar que en el altar de muertos del año pasado me animé a ponerle un caldito de queso a mi tío Miguel. Era su platillo favorito y, aunque nunca lo había preparado antes, me quedó muy rico y lo pude compartir con él para honrar su memoria.


De manera que me he convencido de que cocinar para otros y compartir los alimentos es un acto de amor valiosísimo. Y la verdad solo aspiro a convertirme en una señora como ellas en unos años más: de presencia estoica, capaz de cocinar tan sabroso que se note que el amor puede ser comestible y que se puede compartir con todas las personas que amamos, incluso cuando no estén cerca de nosotros.

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