Parece que la vida cotidiana regresó a su “ritmo regular” después de la pandemia mundial que vivimos. Este acontecimiento de nuestra historia reciente trajo consigo muchos cambios y aprendizajes, tanto sociales como personales. Nos adaptamos al trabajo en casa, a la educación fuera de la escuela, a tratar de no aglomerarnos con las personas y a respetar un poquito más el espacio vital.
Para mí este aislamiento fue muy complicado por situaciones familiares y laborales: estaba saturada de trabajo estresante y encima de eso perdí a mi papá. Así que podrán imaginarse los niveles de ansiedad que manejé en ese momento. Sin embargo, el encierro también me permitió pasar más tiempo conmigo misma y reflexionar sobre algunas ideas sobre mi cuerpo que ya rondaban en mi cabeza.
Para comenzar, renuncié por completo al uso del brasier. Sé que muchas mujeres ya lo estaban haciendo desde antes, pero para mí aún era un tema tabú, sobre todo por mi profesión. Ser maestra implica presentarse diariamente frente a muchos jóvenes que también tienen sus prejuicios. Así que en este encierro forzado tiré al olvido los sostenes que tenía (deportivos, por cierto, ya que me encontraba en camino a dejar esta prenda interior) y también los pantalones de mezclilla superapretados e incómodos. Me di la oportunidad de sentirme libre en mi casa, observada solo por mi esposo, mi gato y mi perrita. Me regalé la oportunidad de usar esos vestidos y batitas caseras, frescas y cómodas, que guardaba en el closet “para cuando se diera la oportunidad”.
Anduve por la vida casi dos años con la tranquilidad de no ser juzgada, ya que a mis alumnos los atendía por una cámara que enfocaba mi cuerpo de los hombros hacia arriba o al pizarrón donde explicaba las reglas ortográficas y, de cuando en cuando, a Leónidas que se atravesaba mostrando su peluda cola y su imponente personalidad.
Pero no todo lo bello es para siempre. El aislamiento se acabó y volvimos a los trabajos. En mi caso a las clases presenciales escalonadas, lo que implicaba —según yo— volver a los jeans ajustados y los brasieres asfixiantes. Sin embargo, me rehusé.
¿Por qué debía volver al mundo a sentirme incómoda y apretada? ¿Por qué debía cumplir con estándares de belleza inaccesibles, donde los cuerpos gordos y libres no cabemos? ¿Por qué mis piernas gruesas y mis rollitos debían esconderse dentro de unos pantalones ajustados? ¿Por qué mis pechos no podían continuar tranquilos, libres, cómodos, lejos de aquella prenda interior que los reacomoda en una posición incómoda y acalorada?
Entonces me puse rebelde y cambié el sostén por camisetas interiores y los jeans ultra ajustados por unos de tallas más realistas para mi cuerpo con 15 kilos ganados por la ansiedad y el estrés del encierro. Incluso comencé a usar para asistir al trabajo algunos vestidos agradables y tenis con los que me siento cómoda. Y creo que eso es lo que quiero para el resto de mi vida: sentirme cómoda, tranquila con mi cuerpo y mis atuendos aunque al mundo no le guste. Incluso aunque algunas personas me juzguen, como me sucedió hace algunos días con una familiar cercana que hizo un comentario sobre mis pechos: “pues a mí no me gusta cómo se te ven, desde que no usas brasier se te ven caídos, pero tú sabes”.
En ese momento no le contesté, porque no soy exactamente buena para las confrontaciones, en especial con las personas que quiero, pero un rato más tarde, ya en casa con un té caliente en la mano y el ronroneo de Leónidas en el pecho pensé que mi busto no “está caído”: así es. Esa es su forma natural porque la gravedad existe y así está bien. Ni yo ni ninguna persona debería sentirse avergonzada ni juzgada por su figura.
Ya basta de tratar de cumplir con esos locos estándares de la talla doble cero para las personas delgadas y esa gordura perfectamente curvy y sensual que se les exige a los cuerpos grandes. Ya basta de que se nos vaya la vida viviendo con tristeza, ansiedad o trastornos de la conducta alimenticia por no tener una cinturita mínima o unos pechos perfectamente firmes y quietos, o el cutis inmaculado como trasero de bebé. Porque los brazos gordos, las estrías, los granitos y las líneas de expresión existen y son naturales. Son parte de nosotras, del cuerpo que nos permite vivir y disfrutar de nuestra vida.
Como dice Audry Funk en su canción Te pertenece:
“Esta piel en la que habitas no tiene problema/ el problema es de otro./ Nuestra libertad molesta/ no tienen derecho a opinar/ sobre la cuerpa ajena”.
Sentirse cómodx en nuestra propia piel es un proceso complicado y cada persona tiene su ritmo, así que desde Circularias te deseamos un 2023 lleno de lecturas, diversión, amor, autocuidado y salud.
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