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El tiempo esperado es un poemario escrito en dos apartados: A la espera del tiempo y El tiempo esperado. La primera sección se compone de 28 poemas breves y la segunda es un mismo poema en ocho momentos. Pero más que hablar sobre la estructura del texto, me gustaría darme la oportunidad de navegar entre las ricas metáforas e imágenes que Sylvia Manríquez nos regala en esta obra tan merecidamente premiada.
El primer apartado inicia con una pregunta “¿Si conozco la llave podré abrirla?” pero, ¿abrir qué? ¿una maleta llena de recuerdos, la puerta de la casa a la que deseamos regresar, la cerradura que resguarda un nombre oculto? Sylvia nos remite en varios poemas al tiempo que todos y todas estamos esperando: la nostalgia del hogar conocido, espacios familiares primigenios a los que deseamos volver para sentirnos abrazados y resguardados, para que nos alivien de esas emociones pesadas que cargamos en la espalda y no nos permiten echar raíces.
La casa se presenta como un lugar de sosiego en sus diferentes espacios. En la cocina conviven “eternidad y presente” no solo como un sitio de convivencia sino también de creación y superación con miras al futuro. Hay en esta casa esos escondites que frecuentábamos de niños, esos lugares de amor y convivencia terrenales y quizá comunes porque “Hay sosiego en el caos cotidiano” nos dice; como en La silla del comedor a la espera de ser utilizada de nuevo por aquel comensal que partió hace mucho. Una camisa que “sabe de delirios de colores [...y] traiciones, duelos”.
Esta cotidianidad se vuelve, a su vez, en un mismo tiempo onírico: “El eco de mi cuerpo/ atraviesa sin sabores”, “despido la estrella de tu mano”, “Soy el vacío de sangre abierta / en una sutura derramada”, por mencionar algunos ejemplos que nos permiten echar a volar la imaginación y eludir el atrapasueños “al inicio del túnel; / [que] no es una red para el insomnio”.
A la espera del tiempo resguarda entre sus líneas El día pensativo como La casa en el horizonte nos indica que “El mejor lugar / es el viento cerca de casa” Aunque parezca invierno y el frío nos cale hasta el hueso Estos zapatos desarman el camino: exigen el regreso al núcleo, a la calidez de lo interior frente a la frialdad tecnológica actual, se añora el jardín extraviado donde la abuela plantaba rosas para la tumba de su hijo menor, donde los nietos teníamos prohibidísimo acercarnos, “Teme que las fotografías / se vuelvan especie en extinción” ahora sustituidas en las paredes por los soportes de las pantallas de TV. Yo misma me pregunto “por el pasado / de sombra de árbol y amaneceres / de mecedoras con miel y café”. *
La forma de mi casa es un bello poema que en 21 versos me permite detenerme a reflexionar cuándo fue la última vez que me di el lujo de sentarme con tranquilidad bajo un árbol, en una mecedora a tomar un cafecito y ser Aquí como la gota para reparar en ese instante de belleza etérea que olvidamos disfrutar: ¿hace cuánto que no observamos el rocío de la mañana en las plantas de nuestro alrededor? Tal vez porque cargamos demasiadas ideas en nuestra mente, en la conciencia que nos impiden disfrutar “en la brevedad / del presente” ¿cómo renovamos la cordura? ¿cómo salvamos nuestro corazón? Quizá si Arrojo el pasado y Salto al abismo y vuelo.
Sí, porque el deseo de libertad es otro de los maravillosos temas escondidos aún en la primera parte del poemario: “Mi sombra lo sabe / desde aquí la veo / evadir ataduras / aprehender la libertad". Sylvia nos invita a ser como el gato de ronroneo azul que escala “de a poco / los peldaños de tus noches” que le gustan los amaneceres y al alba descubre “su ilusión de libertad”, para pasar todo El día pensativo ambicionando “nubes quietas, / olas sedentarias, / amor en el café amargo, / retozos para seducir al día".
Cuando El infinito desaparece en un minuto el “día tan deshabitado / cabe en la maleta” junto a Unos zapatos rojos: el recuerdo de alguien, quizá un amor inconcluso, un amor extraviado, un amor trágico que no terminó bien y regresa por venganza diciendo “He caído de rodillas / manos crispadas no sabrían / recobrar la sangre / vuelta raíz en el pavimento estéril.” Ese calzado ya en resguardo, anida en las suelas las sombras “como el desierto que se cuela / bajo la almohada.” Así pues, el deseo y lo oculto nos llaman, la idea de un futuro con esperanzas del retorno siempre aguarda por que Hay palabras escondidas que nos auguran “ya no te extravías / pronto volverás”.
Finalmente, No quiero ni puedo pasar por alto la segunda sección de este bello libro: El tiempo esperado. Desde ahí quien enuncia, considero, es la Poesía misma como una telaraña que entrama los ocho momentos, uniéndolos con delicados hilos de plata y estética: nos remite al jardín desde el que Dios nos observa, el mundo que habitamos hecho una escalera para alcanzarle. Porque tenemos “heridas demasiado profundas.” que nos cuestionan “Cómo seguir adelante / si en el corazón / uno empieza a entender / que no hay marcha atrás”.
La Poesía se hace presente de manera directa hasta el momento IV, revelando su rostro misterioso en forma de "un camino vertiginoso / en un sueño pausado". Porque esos poemas que nos hacen, que guardamos en lo profundo de nuestra memoria nos habitan para siempre. Quizá en forma de recuerdo vago de aquella primera vez que lo leímos; quizá impreso en nuestra mente como un tatuaje que recorremos con constancia sobre la piel para tranquilizarnos en los momentos más difíciles, volviéndose un mantra que nos regresa la calma, que nos devuelve al centro.
La Poesía no se resigna, nos mantiene en pie, nos vuelve humanos capaces de apreciar que “La eternidad es una banca, / un gran cielo que endosa / el desdén de los astros.” aunque muchas veces ha sido agraviada y “otras más d i s g u t a d a” tiene la capacidad de borrarnos entre sus líneas y reaparecernos “hasta la última gota de tinta.”. Es por ello, que, aunque no nos sueñe, nos nombra, porque somos ausencia y “nadie reclama el silencio.” que fuimos, que somos.
Me tomo la libertad, ahora, de reproducir el VIII y último momento de El tiempo esperado:
Pregunto otra vez a dónde vamos.
Un lugar en el próximo aliento,
el trazo que nos llama a casa.
No todos los ríos tienen riberas.
No todo el llanto es una calamidad
del tiempo esperado…
Este último fragmento es el perfecto cierre, engloba las temáticas y emociones que se presentaron de a poco durante todo el poemario y se finaliza el ciclo del tiempo que todos esperamos con una pregunta abierta que nos sabe a posibilidad, al cafecito de media tarde junto a nuestros seres queridos, al reencuentro con nosotros mismos en en la casa que tanto amamos, al reinicio del reloj para volver a habitar una y otra vez A la espera del tiempo.
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