Advertencia: dietas, trastornos de la alimentación.
“Estar a dieta” es una frase muy común: dieta para el verano, para el bikini, para la boda. La primera vez que lo hice consciente fue en una clase de ballet, cuando la maestra le exigió a un alumna que se pusiera a dieta porque no podía bailar con ese cuerpo.
Tenía 10 años y, si bien no empecé una dieta* como tal, recuerdo que me empezó a preocupar mucho mi peso.
Fue en esa época que obligué a mi familia a tomar leche sin grasa. En vacaciones de verano me ponía regímenes de ejercicio que consistían en correr por el patio, hacer abdominales, dar brincos. En ese tiempo no sabía si mi cuerpo era correcto, pero sí que estaba creciendo de una manera que no me gustaba. De vuelta a la escuela llevaba solo una manzana para el recreo, aunque me diera hambre y quisiera comer otra cosa.
Mi verdadero acercamiento con las dietas fue en realidad cuando dejé de comer carne, seis años después. Lo hice por una empatía verdadera hacia los animales y hacia mi cuerpo y empecé a informarme. Todo iba bien porque descubrí qué eran los aminoácidos y cómo balancear los alimentos siendo vegetariana, pero no pasó mucho tiempo para que el tema me obsesionara.
Con ayuda profesional conocí eso de comer tres tortillas de nopal para reemplazar las de maíz (aún cuando solo quisiera comer una), a comer papitas solo los fines de semanas o el famoso cheat day. Y así, con la bandera de la salud en las manos y agitándola bien fuerte, comencé a adoptar hábitos que iban en contra de mi intuición:
Medir el arroz.
Comer solo queso light.
Tomar café sin leche solo para ahorrar calorías y que fuera mi desayuno.
Comer algo ligero si sabía que iba a cenar calóricamente más denso.
Decir que no me gustaba la mayonesa pero en realidad pensar que solo era “grasa innecesaria”.
No comer casi nada un día si el anterior me había “excedido”.
Cenar lechuga con Tajín® y limón porque ya no me quedaban calorías para el día.
A veces comer aunque ya no tenía hambre porque “me sobraban porciones”.
Ir a desayunar con mis hermanas y no pedir chilaquiles aunque se me antojaran un montón.
En fin, innumerables ocasiones en las que comí cosas que no me encantaban, rechacé otras que sí, todo con la excusa de ¿ser más saludable?
Ahora que lo veo en retrospectiva recuerdo sentirme en control, de mí y de mis circunstancias, pero también recuerdo mucho estrés y hambre. En ese tiempo no tenía la energía suficiente para entrenar como entrenaba, dormía siestas larguísimas y mis músculos espasmeaban todo el tiempo. Y luego: la decepción, la terrible tristeza y los nervios de subirme a la báscula y no ver lo que esperaba, lo que pensaba alcanzar con tanto esfuerzo.
Quería encogerme, como si caber en unos pantalones fuera un mérito digno de medallas. Pero, ¿qué se gana en realidad pesando menos?, ¿a quién le sirve que una persona viva en la restricción? La vigilancia de los cuerpos femeninos y el control de nuestros impulsos le sirve a otros, pero a nosotras no. Pensar la mayor parte del día en comida le ayuda a otros, a nosotras no.
Mentiría si digo que no veo con nostalgia las fotos de cuando comía 1,200 calorías al día (ni una más pero si se podía, sí algunas menos), pero ahora, con el tiempo y el cansancio lo veo: la cultura de las dietas, de la restricción, no nos permite conectarnos con nuestras necesidades reales y con nuestro entorno. Estar a dieta es como poner toda la comida en una vitrina y solo poder enfocar la mirada ahí. No digo que le suceda a todas las personas, o que no se puedan hacer mejores elecciones en nuestro día a día, pero estar en una dieta estricta es un camino que se vuelve escabroso muy rápido.
Tampoco tengo una fórmula mágica para contrarrestar esta cultura que te alaba cuando bajas de peso o hace noticia cuando alguien por fin cabe en un vestido. Pero sí puedo decir que hay que empezar, paso a pasito, a ver la comida como lo que es: energía, satisfacción, comunidad incluso. Así, sin bandera en mano, proclamo a la comida libre de toda culpa, me como una dona que antes llamaría pecaminosa (y que ¡intentaría reemplazar con almendras!), y sigo con mi vida: hay cosas más importantes que hacer.
Algunas cuentas de Instagram® que sigo y que me abren los ojos todos los días:
@raquelobaton nutrióloga incluyente.
@stefyactiva nutrición libre de dietas.
@abbeyskitchen youtuber y difusora de la alimentación intuitiva.
*Me refiero en todo este texto específicamente a las dietas para bajar de peso, no de aquellas que atienden un problema de salud específico.
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