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Llevo días, si no semanas, dándole vueltas a la cabeza; desde que las compañeras de Circularias me propusieron escribir una entrada. Y aquí estoy, sentada frente al portátil divagando sobre cómo quiero explicar esta aventura, porque no sé si sabré explicar sin aburriros cómo comenzó todo. Y es que nunca es fácil contar la vida de una, no nos engañemos.
¿Por dónde empezar? Podría explicaros por qué decidí ser ingeniera o quizás debería explicaros por qué dejé mi casa, por qué acabé en Austria. Bueno, supongo que esto va de explicar las dificultades que enfrentamos siendo mujeres en nuestro día a día; porque por mucho que se quiera blanquear, edulcorar o suavizar la cruda realidad, la verdad es que no siempre es fácil levantarse de la cama y enfrentar la vida.
Así que empezaré presentándome. Me llamo María, soy cornellanense, ingeniera en informática de sistemas, llevo cuarenta años en este mundo y desde 2015 vivo en Austria. ¿Por qué soy ingeniera? Porque a los 15 decidí que mi sueño era construir transbordadores espaciales y mi profesor de física y química me aconsejó estudiar ingeniería informática. ¿Por qué vivo en Austria? Esto es un poco más largo. Todo empezó con el viaje de fin de curso con el instituto a Alemania; durante aquel viaje cumplí 17 y supe que mi destino era el norte.
Luego, en 2009, tuve la suerte de conseguir una beca Erasmus; entonces me trasladé durante medio año a Fulda (Hesse) y eso me enseñó lo que era vivir sola lejos de todo aquello que te importa y te protege. Años más tarde, en 2014, en un momento frágil de mi vida una oferta de trabajo me brindó la oportunidad de empacar mi vida, mis sueños y mudarme a Vorarlberg. La decisión no fue la más fácil por temas personales muy delicados. Pero lo hice, me fui, otra vez. Supongo que la buena experiencia del Erasmus me nubló el juicio, o quizás fue la inocencia.
Yo sé que sentadxs al otro lado de la pantalla os podríais preguntar, ¿por qué? Menos lxs que me conocéis, esxs estaréis riéndoos con un “M, lo que no te pase a ti…” en los labios. La cosa es que durante mi primer día, MI PRIMER DÍA, en Austria entendí que España, pese a todo, vive a mil años luz en cuanto a derechos de las mujeres.
Yo, como catalana, como española, he “mamado” desde la cuna que Europa es avanzada, super cool, puntera. Supongo que siempre se refirieron a la economía, la tecnología, a los derechos básicos de sus ciudadanos. ¿Por qué digo esto? Porque cuando aterricé en Austria lo hice en una aldea de Vorarlberg donde el último bus bajaba al valle a las 16:10 h (ahora el último bus baja a las 18:13 h) y lo primero que oí del CEO de la empresa donde vine a trabajar (una empresa pequeña y familiar) fue un “No estás casada ni separada ni tan sólo tienes hijos, casi sería mejor que te volvieras a España” con un desprecio enorme.
Tengamos en cuenta que yo dejé mi trabajo de ingeniera en Barcelona por perseguir una ilusión, así que aquello me encabronó a niveles épicos. Yo, que he cortado las calles de Barcelona junto a mis compañerxs de universidad para protestar por nuestros derechos. Yo, que tras sufrir bullying en el colegio me dije que no iba a tolerar a nadie que maltratara a peques por su defectos o sueños y me he gritado e insultado en la calle con señorxs por ser faltonxs con sus hijxs o con lxs hijxs de otras personas. Yo, que he defendido a compañeras que me caían como un tiro cuando otrxs compañerxs han cuestionado lo que esas compañeras hacían en su vida privada.
En aquel momento sentí la sangre hervir en mis venas, la más profunda rabia y el más enorme de los desprecios. Obvio, esto se lo conté a mis hermanas y amigas por chat. Flipaban, pero me decían también “M, quizás lo has entendido mal o quizás no lo han dicho con mala intención.” Pues caris, no, lo decía bien en serio. Esa gente estuvo durante el mes y medio que trabajé con ellxs (hasta que decidieron que no me renovaban) diciéndome cosas como “¿Dónde has comprado el título?”, “¿Estás segura de que sabes de informática?”, “Tú realmente has venido aquí a encontrar un hombre con dinero, pero ya no tienes edad para encontrar a alguien aquí. Mejor vuélvete a España” y finalizaron el contrato con un “Es que no haces lo que se te pide”.
Aunque en esto tenían toda la razón, no lo hacía. Y no lo hacía porque no tenía permisos suficientes para hacerlo; porque ese mes y medio que trabajé con ellos fue un continuo “No sé si podemos confiar en ti, así que no te vamos a garantizar acceso a los sistemas.”. Soy IT, sin permisos para hacer mi trabajo no puedo trabajar. Es muy frustrante que te traten así cuando amas tu trabajo. Me sentía como si fuera pastelera y me estuvieran pidiendo kilos de galletas, pero me prohibieran el acceso a todos los ingredientes.
Os he de decir que pese a todo no me rendí. Porque la vida se trata de no rendirse, ¿no? Me quedé en Austria y busqué otro trabajo. Tengo la suerte de que mi mamá y mi papá nos han apoyado siempre en nuestras decisiones (a mis hermanas y a mí). Obvio siempre han dado su opinión sobre esas decisiones recordándonos que la última palabra era nuestra, con todas sus consecuencias. Y yo decidí venirme, invertir en esta aventura, así que no iba a volverme al primer revolcón.
Encontré otro trabajo como IT en la red de hospitales regionales. Durante cuatro años y medio fui funcionaria del estado. Acabé con un burnout por mobbing. ¿Por qué? Porque la historia se repitió, pero en otros términos. Pude trabajar, aprender mucho, pero no podía reportar nada. Cada vez que me sentaba a escalar algo que debía ser analizado y decidido por superiores se desviaba el tema. Iba a preguntar cómo solventar una incidencia delicada de datos y recibía un “Ajam... ya... entiendo... *silencio incómodo* Llevas mucho tiempo ya aquí, ¿no? ¿Por qué sigues sin pareja? Deberías empezar a plantearte buscar una pareja y formar una familia”. Sí, literal.
Durante cuatro años y medio cada vez que escalaba un problema que no debía resolver yo. Aunque también escuché muchos comentarios racistas del estilo “A ver si aprendes de los refugiados porque hablan mejor alemán que tú, hay refugiados ya con un C1 de alemán. Contigo nadie quiere trabajar porque no hablas alemán.”. Ante lo que yo siempre respondía con un “Si hablan mejor que yo y son IT, contrátalos. No sé a qué esperas. Nos falta gente”. Entonces volvían al “Es que deberías formar una familia, porque mira que edad tienes ya”. Pero esto nunca lo escuché dirigido hacia ningún compañero.
Es más, tuve la “osadía” de preguntar a un compañero (unos años menor que yo) cuándo se reincorporaba su mujer al trabajo (porque es personal sanitario) y su respuesta fue un rotundo “No, ella ya tiene un trabajo, cuidar de nuestros cuatro hijos”. Yo quedé en shock por su tono, no porque ella cuide a sus hijos. Por el hecho de que él daba (y sigue dando) como facto que al ser mujer automáticamente has de renunciar a tus sueños profesionales. Porque obvio le respondí supertranquila “Bueno, si ella ha decidido sacrificar su carrera por sus hijos, es un acto noble y de mucho amor” y él respondió con un increíble “Es que ya sabía que tenía que dejar su trabajo cuando nos casamos porque íbamos a tener hijos”.
Me gustaría poder decir que este tipo de comentarios han quedado siempre en anécdotas, pero por desgracia han sido constantes puñales para intentar ningunear mi manera de ver el mundo. Llevo siete años en este país y he conocido a mucha gente maravillosa y para nada arcaica o retrógrada; pero también he sufrido constantes “Es que M es demasiado moderna. ¿Son todas como tú en España? Pronto os vais a extinguir con tanta tontería que tenéis las mujeres de tu país en la cabeza”.
Yo sé que algunxs de los que estéis leyendo este escrito pensaréis “M, ¿y por qué no te vuelves a Barcelona?”. Yo os diré, siempre con una sonrisa en la cara, “La lucha no ha de cesar. Si cerramos los ojos y miramos hacia otro lado, el problema no se solucionará nunca. Hay que educar a las nuevas generaciones para ser mejores personas. Quizás mi función en este mundo no sea traer vida nueva sino ayudar a la que llega a ser mejores personas”. Cada grano de arena suma. No hay montaña sin tierra.
I’m not crying, you are 😭