
Soy, biológicamente, hija única. La infancia de una niña sin primxs de la edad ni amiguitxs fuera de la escuela es difícil. Sin embargo, la vida me regaló la posibilidad de escoger a mis hermanxs: principalmente mis primxs menores, unxs triates que me enseñaron a amar a las personitas que balbucean. De ellxs, solo dos me acompañan en el plano físico, ya que la bebé de en medio falleció en el hospital a las semanas de nacer y no la pude conocer por su condición prematura.
Esa fue la primera pérdida importante de mi vida, la cual marcaría incluso mi relación con Dios y la religión. Después, cuando tenía 8 años, viví algunos años con la pareja de pequeñxs que me resguardaron en su casa, pues mi mamá es la valiente sobreviviente de un matrimonio violento y mis tíxs se convirtieron en nuestra familia nuclear.
Además de ellxs, la vida también me puso en el camino a mis amigas de la universidad, quienes se volvieron parte indispensable de mi vida y mi corazón. Es por eso que al leer El libro de Aisha, de Sylvia Aguilar Zéleny, comprendí que la pérdida de una hermana no implica necesariamente su muerte ni tampoco el abandono de su amor o su imagen.
Sylvia reconstruye a su hermana Aisha, “la que se siente viva”, después de que ella regresa siendo alguien distinta a quien se fue de viaje. Urga en su propia memoria como escritora y hermana, pero también en la de aquellos que conocieron a Aisha antes de serlo: sus hermanos, sus padres, su mejor amiga, su exnovio e incluso la casera que le rentó un espacio en la lejana ciudad donde se convirtió al Islam.
Leer El libro de Aisha es leer la herida de Sylvia:
“Ahí están mis padres, Isela y David, esperando ese avión, esperando a su hija mayor. La buscan en cada una de las personas alrededor. ¿Ya bajó?, ¿La ves tú?, ¿Nos pasó de largo? Su hija está frente a ellos y no la reconocen. Ver sin ver. ¿Cuánto tiempo y cuánta vida tiene que transcurrir para que los padres no reconozcan a sus hijos? Hace más de cinco años se fue con jeans, camiseta y chaqueta de piel.”
Se fue Patricia y volvió Aisha, pero ¿era la misma mujer, aquella que cuya forma de hablar, relacionarse con los hombres, las comidas y Dios ahora eran tan distintas? Sylvia plantea la pregunta que nos retumba hasta los cimientos: ¿qué pasa cuando una mujer lo deja todo por un hombre?
Cambiar, modificarse, crecer, adaptarse son acciones evolutivas en nuestras vidas que nos permiten mejorar y enfrentar cualquier situación que se nos presente y no podemos juzgar las decisiones que tomen las demás en este camino minado por el patriarcado. ¿Cómo, entonces, vamos a comprender sus actos, por más radicales que nos parezcan? Desde la empatía, la ternura y el profundo amor que le tenemos a las mujeres que nos rodean.
Así pues, Sylvia recupera a su hermana y a una parte de sí misma a través de esta novela rompecabezas:
“A las seis de la mañana, mientras me preparo para ir a la escuela, mi hermana se levanta, me acompaña a desayunar. Estoy desenredándome el cabello, ella toma el cepillo y termina haciéndolo por mí. Como antes. Pasa el cepillo y luego su mano, el cepillo y su mano. Su mano. Es una caricia. Tomo valor y le pregunto por qué cubre el suyo. Su explicación es larga y bella, es casi una historia de amor.”
Adentrarse a esta novela es sumergirse en un profundo trabajo de reflexión personal. La incorporación de voces y formas narrativas e intensos cuestionamientos y emociones nos atraviesan a cualquiera que tema perder a su hermana (o perderse a sí misma): ¿somos, en algún momento de nuestras vidas, inmutables? ¿Cambiamos nuestra esencia al cambiar de fe? ¿Podremos, algún día, encontrar la resignación para aceptar la pérdida o la transformación en las mujeres que amamos? ¿Cómo re-conocemos nuestros lazos de hermandad a pesar de la ausencia, la distancia y el tiempo?
Yo siempre he creído que el amor entre mujeres y entre hermanas nos salva, nos puede curar y mantener cuerdas en este mundo de caos. Amar a otras se sobrepone ante los kilómetros, e incluso el plano terrenal, porque en mi mente siempre está esa bebita que nunca conocí en persona; esas amigas que se mudaron lejos pero de quienes siempre estamos al pendiente; esas hermanas (no necesariamente de sangre) que, aunque se cambien de nombre, siempre les guardaremos en nuestros labios un te amo, aquí estoy contigo siempre.
Puedes leer una muestra previa aquí:
Commentaires