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Con 31 años de historia de vida encima, reflexiono sobre las ideas del amor que aprendí y que sigo depurando porque después de casi tres décadas comencé a entender que mucho de todo eso que aprendí, es precisamente lo que no es el amor. Para mí, es difícil definir qué es el amor, porque tratándose de una emoción, entramos en el terreno de lo subjetivo, variará entre las personas, las culturas y los tiempos. Por eso, ahora reflexiono sobre lo que considero que no es el amor.
En la adolescencia creí que el amor siempre se trataba de sufrir porque así lo veía en mis novelas literarias favoritas, las novelas de la tele y las canciones que todas coreábamos en fiestas. Crecí viendo como un ritual de desamor el acto de “ahogar las penas en alcohol”, el espanto a la soltería, las frases caprichosas de querer tener una pareja como si de una bicicleta se tratara. O aceptando, no sin cierto extrañamiento, cómo los amores jurados para toda la eternidad por todas las redes sociales como my space y metroflog, se deshacían en una semana y de repente había otro y así en un ciclo de vida muy parecido al del consumo: compro algo y lo desecho. Palabras de alto impacto, sobre todos para quienes creen que una pareja es todo el tiempo una inversión que rendirá algún fruto, me brindará algún placer, será mi fuente segura de atención.
Crecí escuchando que, si un niño te pega, se burla de ti o cualquier otro acto violento, debías interpretarlo como una señal de que le gustabas. Ya sabes, el amor apache y cosas por el estilo. También escuché infinidad de veces la pregunta: “¿para cuándo el novio?”. No importaba si había asistido a competencias de ajedrez, fuera el mejor promedio de mi grupo, mis películas favoritas, la carrera que quería estudiar, los libros que leía, mis materias favoritas de la prepa, cómo me sentía con la vida que se iba descubriendo ante mí. No. El dato más buscado de mi vida era mi situación sentimental, específicamente si tenía un noviO. Ante las negativas, siempre las frases pre supuestas de consuelo: “no te preocupes, ya encontrarás a alguien”. Ese verbo: encontrar, me da comezón en este contexto. Esta frase nos indica que asumimos que hay una voluntad, un deseo y una búsqueda, porque pareciera que no es posible pensar que la soltería es una decisión, sino una circunstancia desafortunada. Increíble.
Supongo que cada quién ha tenido una relación diversa con el 14 de febrero. Imagino -o recuerdo- críticas al consumismo, exaltar el sentimiento y el tinte rojo por doquier, gastar toda la quincena porque la pareja lo vale, buscar desesperadamente esos artículos o experiencias que demuestran de manera contundente el afecto. Como si el número de rosas y de chocolates fuera directamente proporcional al afecto. Entiéndase que esto no es un ataque a los gestos afectivos, sino señalar meramente que también es un asunto de clase obtener todo lo que los discursos patriarcales y capitalistas del amor nos incitan a aspirar como pruebas irrefutables de afecto.
La verdad es que, aprendiendo en corazones y cabecitas ajenas, y otro poco en mi propia experiencia, ahora puedo reconocer lo que no quiero en una relación. Eso es chamba de cada quién. Pero, de cajón, si me permiten hacer una sugerencia, siempre estén cerquita de ustedes mismas, de sus corazones, de lo que sienten y revísenlo. Que la idea del amor nunca nos aplaste la dignidad, la seguridad, el autoestima, nuestro desarrollo ni limite nuestras oportunidades, el disfrute pleno de la vida. ¿Quién, que dice que te ama, te pone en una jaula?
Celebraré el 14 de febrero cuando las muertes de mujeres en manos de sus parejas quienes las asesinaron por que “las amaban” ya no existan, que solo sea un recuerdo amargo de una realidad distante y dolorosa. Celebraré cuando dejen de existir las canciones que promueven el binarismo amor-dolor, los celos como un indicador incuestionable del amor, la idea de que el amor lo puede todo y demás mitos del amor romántico. Celebraré cuando nuestras conversaciones con las niñas y las adolescentes sea a partir de sus intereses, sin apresurarlas por dilucidar su futuro en una pareja presumidamente heterosexual. Celebraré cuando todas las violencias dejen de ensuciar y funcionar en nombre del amor. Cuando seamos capaces de inventar nuevas formas de expresarlo y no a partir de lo que nos vende la publicidad.
Finalmente, lo que creo que es una práctica indivisible del amor, son los cuidados. Por lo tanto, para mí no es posible que alguien que no te cuida, te quiera. De tal modo que, si esa persona decide continuar con prácticas o actos que sabe que te lastiman, no es amor, es violencia. Celebro, sin embargo, que los feminismos nos han ayudado a seguir explorando otras formas del amor, donde el respeto, la dignidad, el acompañamiento, los cuidados, el placer y demás sean recíprocos.
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