
Hace un par de meses escuché una entrevista donde se presentó el libro La cabeza de mi padre de la mexicana Alma Delia Murillo, a quien no conocía. El descubrimiento se dio en una reproducción automática de Youtube, que me llevó a un canal donde hablan de arteterapia, el programa se llama Bitácora 52.
La escritora habló sobre el proceso y los motivos que la llevaron a escribir esta historia; las influencias literarias que marcan y guían la lectura; la música presente como banda sonora de la vida. También comentó sobre los sentires de su familia al exponer un tema personal. La charla entre Alma Delia Murillo y las entrevistadoras me emocionó tanto que me encendieron las ganas de leer este libro, en parte autoficción, en parte novela y en otro poco confesión. Me dije: “qué ganas de leer este libro”.
La cabeza de mi padre cuenta una historia por demás conocida, la del padre abandónico, como lo son la mayoría de los padres en este país, como lo han referido otros textos y como cierra la primera página de este libro:
“en este país todos somos hijos de Pedro Páramo”.
El gran ejemplo estampado en la literatura mexicana, ese padre que deja de ser, de estar, de ejercer. Peculiar personaje que representa la orfandad de este país que tiene mucha madre.
Alma Delia Murillo narra dos viajes. El primero es la búsqueda del padre:
“escribo para soltar el peso de cuarenta años rumiando el mito de mi padre, las infinitas versiones de mi padre, su ausencia, su presencia, su nombre, su abandono”.
El segundo es un viaje interno en el que la narradora visita momentos cruciales de su vida y la de su familia, en los que trata de explicarse y entenderse:
“yo llegué siendo una niña de diez años, me mandaron con el parvulario… Manipulación personalizada según el rango de edad. Excelente servicio”.
Hace mucho tiempo que no lloraba con un libro. Lloré porque me vi en varias escenas que la autora describe desde una memoria adulta, lejana, que construye con el filtro del tiempo. Tal vez los lugares, las personas, fueron distintos, pero así se sienten en la distancia, en la maceración del recuerdo que se barniza con diferentes capas de emociones.
En la novela, las perspectivas de la niña, la adolescente y la joven con que se narra el pasado muestra los hechos de un modo determinante que se ajusta con los años:
“Por qué tan sola, me decía el plomero que venía a arreglar un desperfecto de la casa”.
Revivir recuerdos es dar una lectura a lo que fue, acompañada de la experiencia.
La cabeza de mi padre me enfrentó a un espejo en el que comprendí que la vergüenza con la que crecí se sostiene de una ilusión, y que nos soy la única. La imagen de la familia perfecta, el padre proveedor, la madre cariñosa y la armonía que todo lo envuelve es una etiqueta fuera de la realidad de la mayoría. Estamos fuera del cajón de las cosas lindas, sufrimos por ser raros, cuando somos la regla.
La carga mental y emocional con la que crecemos construye limitantes que cercan, trastornos, ansiedades, temores, ganas de no ser. Somos monstruos de retazos; experiencias amargas, chispazos de esperanza y rencor masticado por años.
Las incertidumbres de la pobreza, las manipulaciones asidas de la ignorancia y las perpetuas necesidades conforman un menjurje con el que la autora adereza la búsqueda del padre al tiempo que reconoce, comprende, la presencia de la madre y el apoyo de sus hermanas y hermanos.
La lectura de esta novela de Alma Delia Murillo me hizo sentir tanto que al terminar de leer me sentí niña, me hice bolita y la lloré toda.
Lee una muestra previa aquí:
También puedes escuchar la entrevista aquí:
Ya me dieron ganas de leerla a mí también!