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Pajareras

Foto del escritor: Idalia López CarrilloIdalia López Carrillo


Las aves me gustan desde niña. Todas, las que vuelan y las que no. Cuando preguntaban qué sería si pudiera ser un animal yo decía pájaro; porque vuelan, porque van a donde quieren, porque viven en los árboles.


En la universidad supe de la observación de aves como actividad turística. Fue revelador. Había una actividad con nombre para algo que me gustaba. En ese momento se habló del bird watching y de su relevancia para el turismo; se me presentó como una práctica para personas mayores, extranjeros retirados con todo el tiempo del mundo y bastante dinero en el bolsillo que visitan este rincón tercermundista para ver a los pájaros, registrarlos en un álbum y jactarse de ello.


Qué envidia me dieron esos gringos, ancianos, con pensión y tiempo libre. Ahí quedó el deseo de hacer bird watching aplacado por mucho tiempo. Mantuve el deseo, pensé que cuando tuviera la edad, el tiempo, el dinero, tal vez llenaría un álbum y me jactaría de ello.


El año pasado conocí a un par de mujeres especialistas en aves; Ivanna y Mariana, ecólogas que tenían intención de pajarear con otras mujeres. En un paseo por el cerro Johnson de Hermosillo, Mariana llevó los binoculares y nos explicó sobre el avistamiento, ahí supe que también se le llama pajareada. Me encantó el nombre.  El frenesí me inundó el pecho, la posibilidad de avistar aves llegó antes de lo esperado.


Nos pusimos de acuerdo y el 24 de septiembre de 2023 pajareamos en el Cerro El Bachoco, nos reunimos tempranito, trece mujeres, apenas conocidas. Ataviadas para explorar en el monte; sombreros, manga larga, protector solar, bastante agua y un bocadillo para compartir. Mariana e Ivanna nos dieron indicaciones, nos prestaron sus binoculares y guías de aves. Disfrutamos el paseo en busca de aves, atentas a los cantos, a los movimientos, guardamos silencio, nos miramos, nos sonreímos cómplices.

Una de las asistentes dijo “se oyen codornices”, avanzamos hacia el sonido que parecía una carcajada suave y vimos un grupo de aves copetonas andar en fila entre el matorral. Felicidad total, mi primera vez frente a la codorniz de Gambel, un lifer (primera vez que se avista o fotografía un ave). Ese día hubo varios, pero este fue el que más me conmovió.


A la mitad de la jornada compartimos el lonche, impresiones y aprendizajes. Melissa leyó un texto que escribió con las frases que soltamos a lo largo de la caminata. Un concentrado de sentimientos se nos licuó y terminamos de comer. Regresamos a la entrada conocidas, compañeras, cómplices.


Así nacieron las Pajareras del Desierto, un grupo de mujeres que observan aves, que registran sus avistamientos y aportan a la ciencia ciudadana; que se preocupan por el medio y los impactos que sufren las especies por el llamado “progreso”.


Los espacios de aprendizaje entre mujeres me sientan bien, se vuelven lugar seguro donde el error y la falla se atienden desde la ternura. Saberme aprendiz en este grupo de mujeres pajareras me enorgullece porque cada una aporta desde su experiencia y conocimiento. La diversidad nos enriquece.


Ya vamos a cumplir un año con la actividad. Las Idalias niña y joven que gustaban de las aves se sienten realizadas por coincidir con las otras, por encontrarse en el camino de las aves.

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