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Confundí el chile pasilla con el de árbol; le puse varías tazas de salsa licuada con ajo, maíz cebolla y chiles pico de pájaro al caldo esperando que pintara de rojo. Esa fue la primera vez que hice pozole, tendría unos doce años. Eran mis pininos en la cocina, mi mamá compuso ese potaje ardiente en la noche que llegó del trabajo. Así lo hizo con varios guisos en lo que aprendí el arte de mezclar hierbas y especias con carnes, verduras, pastas y arroces.
Después hice muchos pozoles, ayudé en otros más. Recuerdo que eso de ayudar en la cocina ha estado presente desde mis primeros años. El recuerdo más antiguo que tengo en estos menesteres es limpiar los granos de maíz sentada en el frente de la casa con una bandeja llena de granos a los que se les tenía que quitar el lacito del olote, una fibrita que, retarda la explosión del maíz al cocerse, a los granitos les queda un ombliguito dorado de donde estuvieron pegados a la mazorca.
En la familia el pozole es estilo Jalisco, herencia de la bisabuela Lupita. Mujer trashumante que llegó al desierto de Sonora a mediados el siglo pasado. Rojo apasionado como las mujeres que lo cocinan. Este caldo es sinónimo de fiesta, se prepara en los cumpleaños, en las reuniones, para halagar a las visitas. Es la máxima prueba de amor de mi madre, una mujer que no aprendió a querer como en las telenovelas o las películas. Un caldo espeso, perfumado con orégano y ajos para espantar a una legión de vampiros. Alimento, consuelo y confort.
Con el tiempo me dejé seducir por el veganismo y su intención de evitar el sufrimiento animal. Los champiñones ocuparon el lugar del puerco y el pollo en el pozole. La maestría para sazonar los alimentos me ayudo a construir un caldo ligero, pero sustancioso. Perfeccioné una receta de Pozole de champiñones que he compartido con muchísima gente, hasta salió en un programa de radio. Como mi madre aprendí a repartir amor entre las ollas, me gusta hacer pozole, llenar la casa de gente y que truenen las tostadas embarradas de aguacate que acompañan los granos de nixtamal ahogados en caldo de chiles.
Esta temporada de pozole que empieza en septiembre y se alarga hasta los recalentados de enero me recuerda esas reuniones en la cocina. Cada quien con su tarea: pelar, picar, lavar, freír, mirar hervir el caldo, oler los vapores que flotan por la casa, saborear y rectificar el punto, danzar en armoniosa coreografía familiar. Dejar amor en cada gesto culinario
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