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Ser maestra y no morir en el intento

Foto del escritor: Astrid G. BojórquezAstrid G. Bojórquez


Recuerdo que de pequeña siempre me estimularon en casa sobre qué quería ser cuando grande. Pasé por varias respuestas y cambios de opinión: primero, quizá como todx niñx, quise ser veterinaria porque siempre me han gustado los animalitos; luego soñé con ser pediatra, porque hubo una época en la que me enfermaba mucho de la garganta y constantemente visitaba a mi doctora; después deseaba con toda mi alma ser egiptóloga. Sí, sí: una niña de 9 años quería ser arqueóloga especialista en la cultura egipcia. Me imaginaba en las pirámides del lejano país, en medio de las gigantes dunas descubriendo sepulcros y leyendo jeroglíficos. En fin, esa idea no duró tanto en mi cabeza, sólo el tiempo que leí un par de textos sobre tal cultura y me obsesioné con ella.


Cuando crecí un poco más, consideré la abogacía por un momento. Desconozco el extraño estímulo que me llevó a estimar esa opción. Hasta que me dí cuenta: lo que realmente amaba era leer. Pasar horas y tardes enteras sumergida en novelas de cualquier género que me sacaran de mi realidad o en libros informativos sobre civilizaciones antiguas.


Con el tiempo, más o menos cuando estaba entrando a la secundaria, me di cuenta de que leer sin más no era un trabajo como tal (aunque debería, ¿no crees?). Pero también entendí que tenía otra habilidad: soy muy buena explicando cosas. Constantemente daba asesorías informales a los valientes que se atrevían a hablarle a la chica rara del salón (porque claro que, siendo un ratón de biblioteca siempre fui excluida e incluso autoexcluida de la vida social secundariana). Entendía bien los temas teóricos y enfadosos de clases como historia, español e incluso biología, aunque debo admitir que las matemáticas nunca fueron lo mío. Años más tarde, cuando ya estaba en preparatoria, quedé encantada con mis clases de literatura. Ahí lo decidí: sería maestra de literatura y compartiría con el mundo mi amor por la lectura.


La decisión de estudiar Literatura no le cayó nada bien a mi mamá, a pesar de ser ella quien me inculcó el amor por los libros y las historias (me presume con frecuencia que me leía cuentos desde que yo estaba en su barriga, así que ella tuvo la culpa). Incluso intentó disuadirme: me pidió que estudiara la Normal Superior (para ser maestra de prepa) y que después de concluir esa formación entrara a estudiar Literatura. Como si este mundo loco y acelerado le diera oportunidad a las personas comunes de estudiar dos carreras.


Como podrán intuir, no lo logró. Y luego de estudiar 4 años la licenciatura en Literaturas Hispánicas de la Universidad de Sonora, encontré rápidamente trabajo como maestra. Impartí Español en una secundaria particular, cuya experiencia dramática y llena de dolores de cabeza podría ser el tema de otro texto, en definitiva. Con el tiempo cayó a mis manos, casi de casualidad, una hora suelta de Literatura en la preparatoria pública donde yo estudié. Una sola hora a las 7 de la mañana, a un sólo grupo que nadie más quería y que no se interponía con mi otro trabajo de secundaria. Entonces conocí la gloria: por fin estaba donde había deseado tanto tiempo y ya nadie me apartaría de mi sueño.


Aunque fue sólo un semestre, me bastó para animarme a entrar al concurso de oposición de ese mismo año: una serie de exámenes que duraron casi 7 horas el mismo día. Si tengo que ser sincera, no sé bien cómo lo hice, pero logré obtener el primer lugar a nivel estatal para el Colegio de Bachilleres. Así que gracias a este extraño y largo camino ahora estoy aquí, amando mi trabajo, aunque de pequeña soñara con ser veterinaria o egiptóloga. Encontré mi lugar en el mundo.


Sé que ser feliz como maestra de prepa puede parecer poca cosa para muchas personas (más ahora que los sueldos y la seguridad laboral están por los suelos), pero a mí me llena. Me llena en verdad el poder contagiarles a cientos de jóvenes mi gusto por la lectura y las buenas historias. Mis ganas inmensas de desgarrarme el alma al leer en voz alta un poema. La maravilla de vivir el teatro, no sólo leyéndolo sino también interpretándolo.

Todo eso conforma mi día a día. Me encantaría decir que es sencillo, pero como docente de educación pública también me enfrento a muchísimas situaciones: las condiciones carentes del aula, la sobrepoblación de alumnos, el desinterés de por una materia que podrían considerar de relleno en este mundo en el que vales lo que produces. Y un largo etcétera que también podría ser tema para otro texto, por cierto.


Pero todo, todo vale la pena cuando veo a lxs muchachxs concursar en los encuentros escolares con otras prepas por gusto propio; cuando me dejan comentarios en sus trabajos de cuánto les gustó la clase; cuando me escriben en la esquina de alguna tarea que me van a extrañar a su partida; o cuando lxs chicxs más tímidxs me piden recomendaciones de lecturas o películas y terminamos intercambiando ideas. Porque, claramente, también tienen muchísimo por enseñarme.


Cada día aprendo algo de esxs jóvenes que intentan prestar atención aunque haga calor y les rujan las tripas. Porque son valientes, están llenxs de expectativas y se enfrentan al sistema educándose; mientras yo trato de estar a la altura para enseñarles justo lo que el sistema no quiere: que piensen por sí mismos. La gran excusa: el arte y la Literatura.


Así que, por más difícil que haya sido mi camino, no lo cambiaría nunca. Todas las lecturas y desencuentros con mis propias reflexiones sobre cómo vencer al sistema trabajando para él me hacen lo que soy hoy día: la maestra loca que prefiere calificar con mesas de discusión sobre las obras leídas que con exámenes; la que lxs impulsa a presentar obras de teatro frente a sus compañerxs para que venzan sus ansiedades postpandemia; la que resume contenidos en inmensos pero funcionales organizadores gráficos; la que le dedica clases enteras a declamar poesía y escuchar música.


Porque antes que alumnos que obtendrán un puntaje por su desempeño en clase, esas personitas que veo durante 50 minutos 3 veces por semana son mentes sensibles y capaces de disfrutar el arte que en muchas ocasiones no ha llegado a sus manos de la forma correcta: como el maravilloso acto creativo que nos permite disfrutar, reflexionar sobre la vida y cambiar nuestro mundo. Demasiado trabajo para una sola maestra, ¿verdad? Perdónenme, es que siempre fui ambiciosa.

1 Comment


Guest
Jun 02, 2023

Se lo mucho que te gusta impartir clases, pues recuerdo a tú maestra de 5to. Grado de primaria, la cual te enviaba a dar platicas sobre aseo personal, formas de estudia y hasta habitos de estudio; está maestra decía que tenías el don de líder y por supuesto la facilidad de palabra, por lo tanto tenía que aprovecharte y además tenía que entretenerte, debido a que aprendías rápido y tus deberes los realizabas de igual manera.

Así que tú don de ser MAESTRA, lo traes desde niña.

TE AMO Y ME SIENTO SUPER ORGULLOSA DE TENER UNA HIJA COMO TÚ.


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