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La imposibilidad para elegir es una sensación paralizante que me hace mirar y mirar pósteres, avances, sinopsis. El excesivo ofrecimiento de las plataformas digitales me satura el deseo y no sé qué elegir. Este efecto se me repite en todo: tiendas departamentales, zapaterías, tianguis, tienditas de chácharas… Incluso en los chocolates dispuestos en las cajas del supermercado. La acumulación borra la singularidad que guía la elección.
En medio de la actividad analítica para seleccionar un rato de enajenación televisiva, me encontré con “Un amor imposible” (2018) película de la directora francesa Claire Denis. Esta, a su vez, se basa en el libro homónimo de la escritora Christine Angot, publicado en 2017.
En busca de una historia relajada me crucé con el rostro de Virginie Efira, quien representa a Rachel, una joven enamorada, de sonrisa amplia y resplandor en la mirada. La escena de baile entre los protagonistas, Rachel y Philippe, musicalizada con el bolero “Historia de un amor” del panameño Carlos Eleta Almarán, interpretada en francés por Caloé me hizo elegirla.
El título me llevó a pensar en historias como la de “Amor sin barreras”, donde los protagonistas viven un amor contra lo establecido, puesto que se involucran en un romance con personas ajenas a su grupo social y cultural. En un inicio, “Un amor imposible” se presenta como ese “amor prohibido” que cantaba Selena; sin embargo, se presenta un giro más crítico y realista donde el idilio muestra desde un inicio banderas de alerta que la chica pasa de lado.
La historia se narra con una voz en off, desde la perspectiva de Chantal, la hija de la pareja. Ella narra cómo se conocieron sus padres a finales de los cincuenta, la relación que tuvieron y la manera en la que le afectó. Chantal crece con una madre soltera desde que la pareja de esta última se transforma en una presencia indefinida: aparece tras largos periodos de ausencia, se reúsa a reconocer a una hija fuera del matrimonio, jamás tuvo intención de casarse con su madre y ejerce actos de violencia sutil, psicológica y estructurada contra una mujer que dijo amar.
El padre representa la opresión y la perversidad. Irrumpe en la vida de Rachel y se instala como eje motor con las cualidades que le permiten sus privilegios. El statu quo le consiente usar, consumir, destruir y desechar a su hija y a la madre de esta.
La narradora dibuja a una mujer siempre a la espera, que vive de migajas. Un retrato de la sumisión femenina que acepta el rechazo y la humillación a cambio de sentirse amada, deseada.
La madre de Chantal vive en la añoranza del romance inicial, del bombardeo amoroso que sentó las bases de su relación y que rige sus decisiones, su modo de vida. La historia recorre varias décadas. Desde el romance de los padres hasta la vida adulta de Chantal, cuando ella ya es capaz de emitir un juicio sobre la relación de sus padres, las relaciones de poder, la dominación.
Esta película me llevó a reflexionar sobre las ideas que tenemos del amor. En el drama que aprendimos de las telenovelas, en el sufrimiento de las mujeres, en la constante búsqueda del final feliz que se representa en pareja, en la familia tradicional.
Busqué una historia relajante y encontré un producto que me llevó a cuestionar la propia vida, las estructuras sociales y culturales, las creencias y los prejuicios. Creo que a veces es imposible enajenarse.
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