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Yo me siento como se me pega la gana (y otras formas de resistencia cotidiana)

Foto del escritor: Astrid G. BojórquezAstrid G. Bojórquez


Recién pasó el #8M y cerca de la fecha me cuestiono constantemente mi activismo. Pertenecer a Circularias me ha ayudado muchísimo a reactivarme en este ámbito: organizar pláticas, presentaciones, talleres y demás sin duda aportan a quienes se acercan a nosotras para compartir ideas. Además, como maestra, abrir el espacio de diálogo sobre el día y las muestras de resistencia de las chicas en la escuela también son un factor de impacto, pero ¿qué más hago en mi día a día? Más allá de las manifestaciones virtuales en redes sociales, caí en cuenta de que hay varios elementos en mi vida que son un acto de resistencia cotidiana: yo me siento como se me pega la gana.


Desde niña me dijeron que me sentara “bien”, que cerrara las piernas y no enseñara los calzones. Cuidadito con que alguien viera debajo de mi falda, cuidadito con enseñar demás, cuidadito con sentarse cómoda y abrir las piernas aunque usara short bajo la falda. Sentí culpa siempre con esas imposiciones. Como si yo buscara debajo de la falda de otras niñas o le anduviera viendo las piernas a alguien más. Fue hasta mi etapa rebelde, mi terrible adolescencia, cuando entendí que tengo derecho a sentarme cómoda.


Tengo derecho a sentarme en el suelo aunque use falda y zapatito. Tengo derecho a acomodarme de la mejor manera para la jornada escolar de 7 horas y no vivir con la preocupación de apretar las piernas todo el rato para que el compañero adolscente y hormonal no se alborote o el maestro raboverde se caliente con los muslos de una uniformada menor de edad. Entonces entendí que puedo sentarme justo como yo quiera, como me plazca: subiendo los pies en algún espacio, cruzando las piernas en la silla o incluso separando las rodillas. El problema no está en mí. Incluso ahora como profesora me he dado cuenta de que me siento “mal” frente a mis estudiantes: me subo a la mesa y cuelgo los pies sin miedo a ser señalada, ya que mis alumnxs me juzgan por mi trato hacia ellxs y mi calidad docente, no por cómo me dicen que me debo sentar.

Otras formas de resistencia cotidiana están en mi cabello. Esta greña alborotada que surgió después de un corte de cabello al inicio de la adolescencia causa controversia a donde quiera que vaya. Vivimos con la idea de que el cabello rizado está mal, es informal y descuidado. Incluso el cabello ondulado o quebrado puede entrar en esa descripción, es decir, todo lo que no sea un liso perfecto.


Cuando estaba en secundaria hubiese dado la mitad de mi vida por tener el cabello tan lacio y largo como Tarja Turunen, e hice de todo para destruirlo. Pero sigue aquí, acompañándome en este camino lleno de prejuicios hacía las mujeres que se sientan mal, que tienen el cabello rizado y que se lo pintan de colores después de la adolescencia. Porque claro que también me decoloro el cabello para adornarlo morado, azul y verde o de rojo cereza. A veces puedo tener rizos multicolores o cargar sobre mi cabeza las flores de bugambilia en primavera.


Y es que todo esto soy yo. Este cúmulo de contradicciones y resistencias diarias que trabaja en un sistema adoctrinante (pero no para él) y decide retarlo día a día. Retar al sistema educativo y patriarcal diariamente con esos detalles que me hacen ser yo misma y sentirme cómoda con mi cuerpo, mi presentación, mi arreglo personal. Porque esa solo es una de las formas en que resisto diariamente a las imposiciones y expectativas de la sociedad que nos quiere sentadas derechitas, con las piernas cerradas, muy bonitas, arregladas y calladitas siempre. Pero ya no, ya no tendrán más la comodidad de nuestro silencio: ya sea gritando en las calles en las marchas y manifestaciones o enfrentándonos de a poco con esas formas de resistencia cotidiana.


¿Me puedes contar cuáles son tus formas de resistencia diaria?

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